La segunda aventura de Lefranc
Archivado en: Cuaderno de lecturas, Lefranc, El amo del átomo, Jacques Martin
El amo del átomo (2006) no es otro álbum más de esas aventuras de Lefranc, basadas en el personaje creado por Jacques Martin, sí; pero ni escritas ni dibujadas por él. La lámina tres, al igual que los bocetos de la cuatro, la cinco y la seis, son, en efecto, originales de Martin, según reza la nota del principio. En una primera apreciación supuse que se trataba del último álbum de la serie, el canto del cisne de su autor. Despedida que, además, imaginé aún más dramática al suponerla agravada por la degeneración macular que, a partir de 1992, dejó casi ciego al maestro. No fue así en modo alguno.
Esas viñetas de Martin incluidas en el álbum están fechadas en 1954, año en que debían haber aparecido en la revista Tintín -cantera inagotable de la mejor bande dessinée- si no hubieran topado con El asunto Tornasol, que entonces se publicaba por entregas en esas mismas páginas. El gran Hergé encontró muy similares ambas historietas y detuvo la publicación de El amo del átomo.
Cincuenta años después, Michel Jacquemart entró en la serie retomando el guión, en tanto que André Taymans -el creador de la detective neoyorquina, femenina y moderna, Caroline Baldwin- y Erwin Drèze hacían lo propio con el dibujo. El resultado ha sido el álbum más fascinante de toda la colección. Al menos de los que yo he tenido oportunidad de leer y ya van siendo unos cuantos. Sus antecedentes explican que cronológicamente se encuentre situado entre La gran amenaza (1954) y Huracán de fuego (1959). Otra cosa es que, varios de los álbumes debidos a los acólitos del gran Martin, publicados posteriormente -El shogun eterno (Régric y Robberecht, 2012), El niño Stalin (Régric y Robberecht, 2013)- estén ambientados, cronológicamente, entre La gran amenaza y este que hoy me ocupa.
Sí señor, El amo del átomo debió ser la segunda entrega de la colección. Confieso que yo no lo he sabido hasta ahora mismo, cuando, puesto a buscar referencias concernientes a esta delicia sobre la que escribo, he tenido noticia de estos últimos datos. Esa labor de documentación, sobre los clásicos del cómic belga tras la lectura del álbum en cuestión, es una de mis tareas más gratas desde que descubrí los primeros títulos de la bibliografía tintinófila.
De modo que he leído El amo del átomo como si, en efecto, fuera esa despedida del maestro del segundo de sus siete personajes. Alix, Jehn, Arno, Orion, Loïs y Keos fueron los otros seis. Así pues, imaginado como esa despedida que no es, nada me ha parecido más lógico que el reencuentro con los secundarios, que, a mi juicio, son un factor determinante para la creación del universo de un protagonista a lo largo de varias ficciones, sea cual sea su formato. De modo que, el reencuentro con los secundarios, me ha resultado tan estimulante, como lógica la homogeneización de los dibujos con los álbumes clásicos de la colección, es decir, los primeros. Eduard, el mayordomo de Lefranc -lo que es Néstor a los de Moulinsart, he escrito en estos apuntes con anterioridad-, aparece en la tercera de la página doce. Su intervención, como en anteriores ocasiones, se limita a esa viñeta referida y nada más.
Leído el billete preliminar sobre las láminas debidas al gran Jacques, puede afirmarse que la aparición de Eduard se debe al propio Martin, puesto que la página tres fue la única que dibujó en su totalidad. A Taymans y a Drèze hemos de agradecerle esa homogeneización de los dibujos del resto del álbum con los de Martin. De ahí que la primera -y una de las más gratas sorpresas que depara El amo del átomo- sea su pertenencia, sin fisuras, a la plástica original de la colección.
El comisario Renard se incorpora al asunto en Tánger y Jeanjean lo hace en un sueño de Lefranc, sorprende ver al primero habida cuenta de que murio en La cripta (1984). La anécdota de la cronologia del álbum lo explica todo. Eso sí, el sueño de Jeanjean es tan vivido que más que una experiencia onírica tiene trazas de premonición. No hay duda de que los responsables de acabar este álbum, que debió ser la segunda aventura de Lefranc, tienen la misma idea que yo respecto a la contribución de los personajes secundarios al universo de un autor.
Y apunto esto no solo por el comisario y Jeanjean -el Pedrín de Lefranc si Lefranc fuera Roberto Alcázar-, también por esa quinta viñeta de la página 38 que nos muestra la cápsula de El apocalipsis (1986). En el bocadillo correspondiente se hace referencia al extraño antagonismo -frecuentemente camaradería, tal es el caso de El apocalipsis-- que unirá a Lefranc con su eterno enemigo, Axel Borg, quien aquí ya se presenta como ese exquisito coleccionista de arte que es. La buena marcha de la colección, que casi setenta años después de sus primeras entregas aún se sigue publicando, ha ofrecido a Jacquemart la posibilidad de jugar con elementos de aventuras posteriores en la cronología narrada, pero de publicación anterior, y ha sabido utilizarlo a la perfección. Verbigracia la aparición del general von Graf de la viñeta cuarta de la página cuarenta y cuatro. Yo le conozco de Misión antártica (2016). Pero me da la impresión de que ya intervino en alguno de los álbumes que no he tenido oportunidad de leer.
Quiero, por último, hacer notar el cosmopolitismo de la entrega. Es frecuente que las aventuras de Lefranc estén localizadas en varios países. Pero en estas páginas, el contraste entre la Suiza de las primeras secuencias, el Marruecos de Tánger y Argel, el Argel de los días previos a su guerra, en algunos aspectos me han recordado a El cielo protector (Bernardo Bertolucci, 1990) y Pépé Le Moko (Julien Duvivier, 1937), dos películas a las que, por motivos diferentes, tengo estima.
Y cumple por último dar noticia de Kahina, una bailarina de la danza de los siete velos que pertenece a un antiguo pueblo del desierto -tan antiguo que comerciaba con los fenicios- y ahora trabaja para Borg. Está convencida de que la fabulosa bomba atómica -el arma absoluta-, que el extraño villano prepara, traerá la libertad a su gente. Naturalmente se enamora de Lefranc. Cuando este la desprecia por mala, quiere matar al periodista atándole a uno de los misiles que se disponen a lanzar. Con todo, será el amuleto que Kahina le ha obsequiado al conocerle, el que salvará al francés de esa batalla final, que se produce cuando una fuerza de elite del ejército francés asalta la fortaleza escondida de Borg. Se trata de un final muy a lo James Bond. Y bien mirado, en Axel Borg hay algo de Goldfinger, el Dr. No y aquellos villanos de la Spectra del primer James Bond.
Todo ha sido dicha. La lectura de El amo del átomo ha sido una verdadera epifanía para mí.
Publicado el 9 de diciembre de 2022 a las 04:45.